La única lucha que se pierde, es aquella que se abandona.

La única lucha que se pierde, es aquella que se abandona.
Hay amores que matan, pero el tuyo... Me ha resucitado

miércoles, 31 de agosto de 2022

 

EL DIA D… MI DIA DE FURIA

Hace ya varios ayeres estudiaba la primaria en la colonia Guerrero de la CDMX, estudiaba ahí ya que mi mamá trabajaba en la guardería enfrente de la primaria y esto facilitaba mucho las cosas para una familia de clase trabajadora.

Debo decir que siempre me consideré una niña gris, una más, no era más bonita, ni más inteligente, ni más alta que el resto. En 4º de primaria había un niño cuyo nombre curiosamente nunca supe, había estudiado desde 1º conmigo, pero todos lo llamaban por su apellido: Manzo.

Manzo era el clásico buleador, maltratador de compañeros, violento y agresivo, pero en un México de los 80´s en una primaria publica, en la una colonia que fue de los primeros barrios de la CDMX, eso no importaba. Las maestras solamente lo sacaban del salón o lo paraban en la parte de atrás como castigo. Como es de esperarse Manzo acosaba a las niñas, les decía groserías, nos alzaba las faldas y nos jalaba del pelo, pero nuevamente repito, México en los 80´s no era la ciudad que iba en contra del maltrato a los compañeros y la palabra bulin y acoso apenas se conocían. Cierto día, estando en el recreo con mi única amiga Manzo se nos acercó, comenzó a decirnos cosas entre insultos y faltas de respeto, por lo que yo, Malena Ortega, la gris, la que nunca contestaba a este tipo de abuso le dije: Chinga tu madre.

Creo que fue el primer chinga tu madre que dije en mi vida y después de ese vendrían millones o billones más, pero en ese momento hasta el malandro de Manzo se quedó mudo, después de unos segundos que parecieron horas eternas me dijo lo peor que le puedes decir a una alumna: Te voy a acusar con la maestra. Yo me puse a llorar desconsolada, pensando en las consecuencias catastróficas que tendría dicha acusación, por lo que hice lo que cualquier mexicano haría, intente sobornarlo. Al principio no sabía que ofrecer a cambio de que no me acusara, le ofrecí mi torta de jamón, el poco dinero que me quedaba después de comprarme un Boing de Guayaba, hasta que le ofrecí hacer sus tareas en lo que restaba del año, en ese momento vi cómo le brillaron los ojos.

Manzo era el niño que “decían” había reprobado dos años, por eso era más grande, también decían que en su vecindad vivía casi toda su familia y que sus primos robaban autopartes, el mismo presumía que tenía familiares en la cárcel. Claramente era un pobre niño que había crecido en la pobreza y la desigualdad, que los ejemplos de vida que tenía eran esos primos que robaban, que llevaba los pantalones “brinca charcos” porque eran los únicos que tenía, seguramente era preso de la violencia intrafamiliar y de ahí su resentimiento y comportamiento, pero eso yo no lo sabía a los 9 años, yo solo veía a Manzo con sus ojos de diablo y su cara morena, era la persona más morena que había conocido en mi vida, tenía por la parte de atrás del cabello un mechón pintado de rubio y se lo escondía con un pasador para que los maestros no lo expulsarán. En esa época ya me empezaba a gustar la lectura y descubrí entre los libros de mi papá uno que se llamaba “Las aventuras de Don Camilo” era la historia de un cura de un pueblo y del alcalde comunista que era retratado como un hombre muy malo, para mi Manzo era como el alcalde, sin moral ni ética y casi confundido por el mismo demonio ante los ojos de Don Camilo.

Bueno, pues comencé con mi labor de realizar las tareas de Manzo todos los días antes de salir de clases, las hacia rápido y sin márgenes rojos como pedía la maestra, pero a él no le importaba. El cuarto año de primaria paso rápido y la entrada a quinto de primaria era emocionante pues ya nuestro salón estaba en la parte de arriba de la escuela, lo cual nos hacía sentir importantes. Llegue el primer día de clases contenta de los uniformes nuevos, las libretas recién forradas, la mochila nueva también y los zapatos bien lustrados, había pasado unas vacaciones felices en la Ciudad de Morelia en compañía de mis primos y primas, así que tenía el ánimo por el cielo. Pero todo eso llego a su fin ese mismo día, cuando al sonar el timbre de salida se acercó Manzo y me dio su libreta: MI tarea güera, y yo sentí como se hundía el mundo a mis pies. Jamás habíamos hablado de cuánto tiempo duraría mi “castigo” por mentarle la madre, pero yo asumía que al terminar el ciclo escolar con ello terminaría mi condena. Bueno, pues Manzo tenía otros planes, al parecer pensaba que durante toda la primaria le iba a hacer la tarea, me enojé, pero la hice.

El quinto año trajo consigo también nuevos retos, teníamos un taller de costura y cada mes debíamos hacer algo diferente, un paño de cocina, una carpeta para poner encima de la tele, etc. Cierto día nos pidieron algo diferente: un bastidor de madera, anexo la imagen porque exactamente así era, con clavos en los que ponías el estambre y luego lo sacabas para ir formando una bufanda, la cual sería el maravilloso regalo del día del padre.

El día D llego una vez que terminadas las clases la maestra nos indicó que podíamos guardar todo y esperar la hora de la salida, guarde todas mis cosas, era un buen día, no había perdido ningún color, mis libretas estaban ordenadas y mi mesa banco era la más limpia, seguro salía primero. Sobre la mesa banco solamente tenía mi bastidor, los demás compañeros se juntaron en el escritorio de la maestra a que los ayudara porque se les había enredado el estambre, porque no les estaba quedando bien, o simplemente para pregunta: ¿así está bien maestra? Yo jamás me acercaba, prefería no tener mucho contacto con las maestras. Estaba disfrutando de mi momento sublime, esperando la salida cuando de la nada una libreta cayo en mi mesa:

- ¿A qué hora vas a hacer mi tarea güerita?

Creo que fue la primera vez que sentí rabia en mi vida, impotencia, coraje, no sé cómo, ni de donde salieron las palabras, pero me atreví a contestarle:

-          No te voy a hacer ya nada, nunca ninguna tarea.

Se quedó impresionado, pero de inmediato recupero la compostura y su papel de niño problema:

-          Ah ¿sí?, pues le voy a decir a la maestra de la grosería que me dijiste.

-          Haz lo que quieras. Dije con la voz entrecortada y el miedo en mis ojos.

Manzo me echo una mirada retadora y comenzó a dirigirse hacia el escritorio de la maestra mientras me veía y sonreía, al llegar se puso atrás de la maestra y comenzó a tocar su hombro, mi corazón latía más rápido que nunca, mi cabeza parecía que iba a explotar, pero no sentía miedo, sentía coraje. Manzo siguió tocando el hombro de la pobre mujer que tenía más de 40 alumnos mientras decía: maestraaaaaa, maestraaaaaa, pero la maestra tenia al menos a 16 personas rodeando su escritorio, hablando y preguntando al mismo tiempo.

No puedo explicar que me paso, no logro recordar de donde saque esa fuerza sobre humana que me hizo tomar el bastidor con una mano y lanzárselo a Manzo, lo hice con tal fuerza que pensé que el bastidor atravesaría la pared y llegaría al salón de 6º, desafortunadamente no fue así, Manzo logro agacharse y el bastidor le dio directamente a la cara de la maestra. En ese momento sentí que todo paso en cámara lenta, el bastidor golpeando a la maestra, Manzo agachándose mientras se reía, todos los alumnos que rodeaban a la maestra volteando a verme, impresionados, impactados, como si fuera lo peor que habían visto en su vida y eso que acababa de suceder el temblor del 85. Alguien grito: ¡Fue Malena, fue Malena maestra!

Yo quede atónita, no podía creer lo que acababa de hacer, claramente las consecuencias serían peores que mentarle la madre a un compañero. Tomé mi mochila y Salí corriendo del salón, mientras el timbre sonaba y se escuchaban los gritos de felicidad de los niños porque ya se iban a casa.

Un compañero me agarro del brazo y me dijo con cara angustiada: Malena te habla la maestra, lo ignoré y me fui al trabajo de mi mamá, no dije nada de lo sucedido, pero tuve el estómago revuelto toda la tarde, toda la noche, no quería comer, no quería pensar, creo que tuve fiebre. Deseaba que al día siguiente temblara de nuevo, que se cayera la escuela, que simplemente desapareciera de mi cama y mis papás no pudieran llevarme al día siguiente a la escuela. Pero no pasó nada, el amanecer llego y todo fue “normal” lo más increíble es que en la escuela también todo fue “normal” la maestra no dijo, ni hizo nada, me entregó mi bastidor y me dijo que no lo vuelva a aventar, Manzo jamás en la vida me volvió a hablar ni a molestar, nunca más tuve que hacer sus tareas.

No me considero una persona violenta, no sé cómo explicar lo sucedido, solo creo que a veces como dice Enrique Bunbury: todo arde si le aplicas la chispa adecuada.

Todo este relato viene a colación debido a que el día de ayer tuve un enfrentamiento con un compañero de mi trabajo, enfrentamiento en donde nuevamente quedé sorprendida de mi misma, de mis palabras y de cómo cuando ya no tienes nada que perder, cuando alguien te quita tanto, te quita también el miedo y enfrentas al enemigo quien, seguramente te creyó insuficientemente e incapaz de enfrentarte a el cara a cara. Ya saben amigos míos, nunca menosprecien a las personas y nunca hagan enojar a una dulce niña con un bastidor de madera.